Amor y liberación – Amor a la Luz de la Teosofía

“El Amor es interpretado a menudo como un deseo intenso de liberación del ciclo de renacimientos y muertes y de alcanzar la unión con Dios. Mas considerarlo así es hacer entrar en él, el egoísmo y lograr tan solo expresarlo en parte.”

¿Qué es el Amor? Poetas y filósofos han especulado sobre este tema, durante siglos, procurando definirlo en términos inmortales, como el propio Amor.

En el libro “A los Pies del Maestro” el Amor es considerado como una de las cualificaciones imprescindibles para quien quiera entrar en el Sendero. Dice el Maestro:

“De todas las cualidades requeridas, el Amor es la más importante, porque cuando es bastante fuerte, suscita todas las demás, y éstas sin el amor nunca podrían ser suficientes”. 

El Amor es interpretado a menudo como un deseo intenso de liberación del ciclo de renacimientos y muertes y de alcanzar la unión con Dios. Mas considerarlo así es hacer entrar en él, el egoísmo y lograr tan solo expresarlo en parte.

¿Cómo podemos conciliar esta doctrina con la noción corriente de Amor, donde domina la idea de algo que une y aprisiona a quienes lo experimentan? ¿Podrá la unión significar liberación?

Esta definición muestra claramente la dificultad para pronunciarnos sobre asunto de tal naturaleza. No obstante, si meditamos atentamente en las palabras del Maestro y las comentamos apoyados en algunos filósofos que trataron este problema, encontraremos algo más allá de la letra que mata y de aparentes contradicciones la verdadera esencia del Amor, cuyo aspecto divino es revelado por la Teosofía.

Consideremos en primer lugar a Platón que desarrolló en El Banquete su teoría del Amor. Para él, el objetivo de quien ama es despertar en el alma del ser amado la nostalgia de lo ideal. Este Amor no es el deseo inferior por las cosas transitorias; es el Amor de las almas que, como expresión de Dios, es eterno. En el sentido universal, Amar es desear el bien y la felicidad bajo todas las formas, y procurar alcanzar lo Bello y a través de ello, la Inmortalidad, porque el ser mortal participa de la inmortalidad por la fecundación y por la generación. El acto de generar, siendo de carácter divino, solo puede realizarse por medio de lo Bello y del Bien que acompañan necesariamente, al deseo de inmortalidad.

Platón considera a los hombres fecundos según el cuerpo y según el espíritu. Los primeros buscan la perpetuidad generando hijos que harán sobrevivir su memoria; los segundos generan la  Sabiduría y otras virtudes. Así pues, todos procuran la Belleza para en ella generar, visto que solo lo Bello se armoniza con lo Divino.

Sigamos ahora el pensamiento platónico a través de las palabras de Diotima, interlocutora de Sócrates en la obra ya citada – el Banquete – cuando intenta explicarle en qué consiste la contemplación.

“Quien quiera llegar a este fin por el buen camino debe comenzar en lo que es nuevo, por buscar los cuerpos bellos. Al principio, si va bien dirigido, no debe de amar sino a un cuerpo y sobre él discurrir con belleza. Después, observará que la belleza de cualquier cuerpo es hermana de otro; de hecho, si es conveniente buscar la belleza de la forma, sería necesario ser bastante torpe para no ver que la belleza de todos los cuerpos es una e idéntica. Cuando estuviese  convencido de esta verdad debe de amar todos los cuerpos bellos y abandonar el amor violento de un solo cuerpo, como siendo cosa de poco valor que no merece sino desdén.

Es preciso que considere en seguida la belleza de las almas como más preciosa que la de los cuerpos, de modo que un alma bella, incluso en un cuerpo sin gracia, le baste para tornar a la mejor juventud. Desde ahí será llevado a ver la belleza que existe en las acciones y leyes y verificar que ésta es  siempre igual a sí misma en todos los casos y a considerar, por tanto, que poco vale la belleza del cuerpo.

De las acciones de los seres humanos pasará a las ciencias y reconocerá también la belleza que en ellas existe. Llegando así a una visión más extensa de la belleza, ya no quedará preso a la belleza de un solo objeto y dejará de amar, con los sentimientos estrechos y mezquinos de un esclavo, o de un niño, o de un hombre, o de una acción.

Retornando ahora hacia el océano de la belleza y contemplando sus múltiples aspectos, creará sin descanso bellas y magníficas ideas, y los pensamientos brotarán abundantes de su amor y de su sabiduría, hasta que su espíritu fortalecido y acrecentado perciba una ciencia única que es la ciencia de lo Bello”.

Realmente, quien hubiese conseguido elevarse de las cosas sensibles y efímeras hacia la contemplación de la Belleza sencilla y eterna, que no conoce el nacimiento, ni la muerte, ni la corrupción de la Belleza de la que participan todas las cosas bellas, podrá decir que alcanzó el verdadero camino del Amor.

A esta especie de Amor le podremos llamar “Amor intelectual”.

Amar a un alma es entrar en contacto con la Belleza que ella encierra, y sentir el llamado de lo infinito, es sumergirse en el propio seno de la Divinidad, “Dios es amor”, dice el Maestro, y San Juan afirmó:

“Sabemos que pasamos de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte”. “El que no ama no conoce a Dios”.

En San Agustín encontramos una concepción del Amor semejante a la de Platón, lo que es muy natural, dado que toda su filosofía está impregnada de platonismo. Basa su sistema de moral en el Amor que constituye, por así decirlo, el puente entre los hombres y Dios y nos  invita  a Amar por encima y más allá de todas las limitaciones que el cuerpo nos impone, imitando al Amor Divino. Así, el Amor en el sentido completo de la palabra es la fuente de la conducta y de las relaciones humanas.

La voluntad recta es el Buen Amor y la voluntad perversa es el amor maligno  cuya esencia es la codicia. Esta codicia o amor propio se revela en nosotros por la sumisión a las tendencias inferiores y tendencia hacia el pecado, el Amor, por el contrario, manifiesta la docilidad en relación a Dios. Según aquel filósofo cristiano es “el Amor que provee la bondad y las virtudes. Así, la virtud teologal de la fuerza no es sino el amor cuando soporta todo por lo que ama y la justicia es orientada  y proporcionada conforme al Amor

La moral de San Agustín se resume en su definición de virtud: “Ordo est Amoris”. Por el  amor y por el conocimiento el Ser Humano que procura a Dios puede elevarse a una beatitud que la trasciende, porque se identifica con el propio Amor.

El Amor encarado bajo este aspecto es la Cáritas, expresión que no se puede traducir por la vulgar palabra Caridad, una vez que sobrepasa la moral y las virtudes, asumiéndolas y englobándolas. El Amor lleva siempre a una comunión, a una unión con el ser amado en lo que él tiene de divino, y en cuanto más completa fuese esa unidad más cerca de Dios se encuentra el Ser Humano.

Es de San Agustín el siguiente pensamiento que encierra un mundo de Sabiduría:

“Así es el Amor. Solo el mismo conoce el secreto de, que dando a los demás, más se enriquece a sí mismo”

En verdad el rasgo fundamental del Amor es dar. Dar constante y desinteresadamente, dar en pensamientos y acciones, dar hasta el sacrificio total, dar incluso cuando se tiene la sensación de no poder dar más o de ser inútil la dádiva.

Así, si por un lado darse es despojarse, por otro es enriquecer, es ganar ser, ganar perfección. El Ser Humano solo encuentra la felicidad olvidándose de sí y dándose porque, si el Amor se transforma en codicia, en egoísmo como dice San Buenaventura, ni la carne obedece al espíritu, ni el espíritu ama con justicia; ambos desean aún el Bien, mas ahora reina OSIRIS.

Amor y Liberación trastorno en el amor; el orden de la justicia fue violado y con él la rectitud del Amor. Amar con justicia quiere decir amar cada cosa ordenadamente, por el Sumo Bien, que debe ser superior a todos los demás y en su don perfecto de Amar encontramos el verdadero ejemplar de lo humano.

Siendo el Amor una dádiva, entiende San Buenaventura que si el amado fuese una criatura humana susceptible de todas las debilidades inherentes a su condición, ninguna garantía ofrecería. El Ser Humano, en este caso, solo tiene una certeza: la inestabilidad del ser amado. Esto provoca una  inquietud, porque nadie  puede vivir tranquilo en la incertidumbre de lo amado.

En cuanto a mí, esta afirmación del Santo es contraria a la verdadera concepción del Amor. Si hay amor hay unidad, hay semejanza, hay firmeza en el sentimiento; si de una parte hay traición o falta de sinceridad, es porque el Amor no existía. Si el Amor Real es, primero una fusión de almas y después su fusión en Dios, ¿cómo es posible admitir la infidelidad? Solo negando el Amor.

El objetivo de San Buenaventura, en este punto, es mostrar la falibilidad del amor humano mediante la excelencia del Amor Divino y para eso propone la Fe  como grado inicial hacia el Amor. La Fe, sin embargo, no es común a todos los Seres Humanos, tan solo a quienes poseen la gracia, en la opinión de este filósofo. Es la gracia lo que torna al Ser Humano semejante a Dios y le hace digno del Amor.

Por tanto, acompañando el pensamiento de San Buenaventura, verificamos que el verdadero Amor, lo único capaz de satisfacer plenamente al Ser Humano, es el del Sumo Bien, fuente del Placer más perfecto.

De esta manera puede preguntarse, si, en verdad, el Amor al Sumo Bien es desinteresado y como puede conciliarse con el deseo personal de placer.

San Buenaventura responde a estas objeciones. Para él el Amor es esencialmente desinteresado; amar al Sumo Bien es dársele. Si el que ama considera el Amor eterno e increado como origen de toda la Alegría, su placer corresponderá siempre a las exigencias del Amor y nunca podrá amar a su placer más de lo que el Amor que le produce. En el momento en que quisiese sobreponer su placer, dejaría de amar.

Podríamos decir como San Bernardo:

“Quien no procura en el Amor otro premio más allá del Amor, recibe la alegría que el  amor le da”.

Amar es renunciar a todo, es el secreto de la felicidad, es el sendero de la liberación.

Veamos el concepto de Amor en un filósofo del periodo moderno – Espinoza:

“El Amor es una alegría a la que se une la idea de algo exterior.”

Para poder comprender el sentido de esta definición es necesario saber lo que él entiende por Alegría.

Alegría en la filosofía espinosista, es el pasaje del alma de una menor a una mayor perfección. Si el Ser Humano naciese con la perfección a la cual pasa, para poseerla no tendría la necesidad de la Alegría. Así pues, la Perfección Suprema solo la puede alcanzar sumergiéndose en el Absoluto.

Espinoza no coincide con los autores que definen el  Amor como la voluntad que tiene el amante de unirse al objeto amado, porque tal concepción expresa tan solo la propiedad del Amor y no su esencia.

Esa voluntad de unirse al ser amado, para este pensador, no es una deliberación porque en el alma no hay ninguna voluntad absoluta o libre; el alma es determinada a querer esto o aquello por una causa también determinada. La voluntad, en este caso, es el contentamiento que existe  en quien ama debido a la presencia del ser amado, contentamiento que refuerza la Alegría de aquel.

Para Espinoza, el principio de toda actividad moral en un ser finito es “el esfuerzo  por el cual todo tiende a perseverar en su ser…” Los sentimientos y las emociones son la expresión de esta tendencia y cambian conforme ella es satisfecha o contrariada. Si esta tendencia es satisfecha y tenemos la consciencia de crecimiento de nuestro ser, experimentamos Alegría y, en caso contrario, Tristeza.

Todavía, el Ser Humano permanece esclavo de sus pasiones en cuanto cree y  permanece en la existencia individual y en el libre albedrío. Entonces, expuesto a todos los males pierde la tranquilidad en la búsqueda infructuosa  de los bienes quiméricos. Si, por la Razón, llega a comprender que todo está regido por la necesidad y así se somete, encuentra en esta resignación la paz y en la felicidad. Si, al fin, se eleva a este conocimiento intuitivo que le da la visión de Dios y de todas las cosas en Dios, se libera por completo de las pasiones, olvida su propia individualidad para identificarse con Dios, adquiere libertad, en la medida que reconoce ser falso el libre albedrío, se torna perfecto, es ya inmortal. La moral consiste en olvidarse de sí mismo, en conocer y amar a Dios y, en Él, a todos los seres, especialmente a los que son capaces de amarlo.

“El Amor de Dios, dice Espinoza, no puede ser maculado por ningún sentimiento de envidia ni de celos , y es mantenido en nosotros con tanta mayor fuerza en cuanto representamos un mayor número de Seres Humanos  como unidos a Dios en un mismo lazo de Amor”.

Volvemos así al punto de partida. La liberación del alma a través del Amor de Dios. Pregunta el Maestro: “¿Por qué motivo deseáis  liberaros? ¿A fin de poder servir mejor, intentáis uniros a Dios. A lo que es Dios? Dios es Amor. Es necesario desarrollar en vosotros el Amor si aspiráis a uniros a Él,. Esta cualidad requerida es pues, en la realidad, el Amor”.

Este deseo de liberación es más que un simple deseo, debe ser voluntad firme de unirnos a Dios, no para huir del sufrimiento, sino para colaborar con el Plan Divino.

La Divinidad Solar se manifiesta bajo tres aspectos: Voluntad, Sabiduría y Amor por tanto los seres humanos se aproximan a Ella  de tres maneras diferentes según el sendero que mejor conviene a las necesidades, aunque, al final, todos se reúnan y confundan en uno solo: El Camino de la Perfección. El Camino seguido por los Maestros es el del Amor Activo y quien quisiere trillarlo debe consagrar las facultades de su tipo particular al servicio activo de Dios y de la Humanidad. Si Dios para darnos la vida se sacrificó, por Amor, el Ser Humano que procura a Dios debe manifestar el mismo desprendimiento de por sí en el interés de obra a realizar en Dios.

Quien tuviere realizado en sí el perfecto Amor reflejándolo en los actos más sencillos de la vida cotidiana, alcanzará la paz íntima y profunda de la Vida Espiritual. El Camino, siempre difícil, será ahora un camino ascendente, dirigido al corazón de las cosas, que es el Amor. Todo debe ser reducido al círculo del Amor. Poco importa el exterior de las cosas. En su corazón permanecen la Vida y el Amor.

El mal que sufrimos a veces es el resultado de no saber amar convenientemente a nuestros hermanos. Tener el corazón lleno de Amor es la mejor defensa contra el mal porque, derramando ese sentimiento por el mundo, despierta en todas las cosas, por atracción, una respuesta equivalente. He ahí, el motivo por el cual todos los seres vivos se aproximan al hombre que ama, dado que todos son de origen divino.

A medida que el alma se libera de los deseos y de las cadenas del mundo exterior, eliminando progresivamente todas las ambicione de vidas pasadas, que la experiencia reveló incapaces de satisfacer, cesa toda preocupación de la personalidad y se da a la inmersión en el Gran todo.

Una vez quebrada esta cadena que ata al ser humano a la rueda de nacimientos y de muertes, solo un lazo lo podrá retener en la tierra: El Amor de sus semejantes, el deseo de servirlos. Es lo que podemos deducir del siguiente paso de “La Voz del Silencio”:

“Dulces son los frutos del reposo y de la liberación por el amor de sí; pero más dulces son aún los frutos del largo y amargo deber de renuncia por el amor de los hermanos de la humanidad que sufren”.

Teosóficamente, el Amor es el más puro reflejo de la unidad y de la energía creadora de la Vida, de Dios, de la Naturaleza.  “Es la trascendencia mística de lo menos” , “ la esplendida fusión del tiempo y de la eternidad” según George Arundale.

Comprenderemos mejor el sentido de esta transcripción si pensamos que para construir en nosotros la Mónada Divina debemos destruir todo vestigio de lo Humano.

Es por el Amor que todos los seres se encuentran conectados, porque l  Amor es la vida, la felicidad, la paz, la confianza, la inmortalidad.

¡Conocer el verdadero Amor es, por así decirlo, entrar en contacto con lo Real a través de lo Irreal, es abrir,  las puertas del alma al propio Dios, es alcanzar la Perfección, es ascender de lo mutable a lo permanente, a lo Eterno!

Procuremos conservar inmaculada la centella  de Amor Divino que habita en nuestros corazones, y esforcémonos, igualmente, por Amar cada vez más y mejor, dando, dando siempre, como quien distribuye partes del Alma sin exigir nada a cambio.

 

*Maria Guilhermina Nobre Santos.- (Peniche 1922 – Lisboa 2016) Fue Secretaria General de la Sección Portuguesa de la Sociedad Teosófica

 

Revista Osiris    Portugal.  (Abr.- Jun. 1952)  (Set. – Dic. 2016)